La reunión de
directorio de la Open World se llevaba a cabo en el último piso del
rascacielos, con vista panorámica al Río de la Plata. Yo estaba sentado a la
izquierda de la directora, Selena de la Prada, quien oía el informe de Cecilia
Johnston, sentada en la cabecera opuesta de la mesa oval. Era un informe
aterrador: 191 femicidios en la Argentina, sólo en los primeros nueve meses del
año. La violencia doméstica se había exasperado. Los casos de abuso sexual se
habían disparado a las nubes, y las oficinas del Inadi no daban abasto para
tantas denuncias.
Selena,
elegantemente vestida con un audaz poncho gris y pañuelo lila al cuello,
asentía apreciativamente cada tanto, sin ocultar su indignación y horror por la
interminable ola de agresiones machistas que no parece tener fin. Yo recordé
que los homicidios en el mismo período habían superado el número de 2.500, pero
no creí oportuno señalarlo. Los asesinatos no vinculados a cuestiones de género
no son relevantes para nuestra ONG. Cuando Cecilia concluyó su informe siguió
un debate de ideas o brainstorm sobre la respuesta que puede dar la sociedad a
tales abusos. Se sugirieron mayores penas para los criminales y educación
sexual en las escuelas, entre otras brillantes iniciativas. Pero la gravedad de
la situación impuso, por sí sola, la necesidad de una campaña dirigida a la
deconstrucción del macho como arquetipo predominante en nuestra sociedad.
Slogans en el metro: “Ni perseguida ni histérica. El acoso existe” y otros
similares ya marcaban hace rato una política de estado orientada a este fin,
pero no era suficiente. Había que hacer más. Y cuando las ideas se acabaron
–éramos nueve mujeres y tres hombres alrededor de la mesa- todos giraron la cabeza
hacia mí.
-¿Qué puedes aportar, Teo?- apremió la directora.
Jugué un
rato con la lapicera en la mano sin responder, para poner nerviosos a todos. Es
un hábito que tengo, un defecto si se quiere: dejar a los demás pendientes de
mi palabra.
-Hay que tocar el punto débil del macho. –y me volví
a callar.
-¿Cuál es? –preguntó alguien al cabo de un silencio.
-El sexo, naturalmente. Ahí es donde hay que
deconstruir al macho.
-¿Entonces? –apuró Selena, ya impaciente conmigo.
-La mujer debe empoderarse en la cama.
Ahora todos
se quedaron mirándome sin entender. Yo no tenía apuro por explicarme, y me
divertía su perplejidad.
-A ver, Teo ¿cómo es eso? –ya Selena me miraba de
costado, desconfiando de mí.
-No hay empoderamiento de la mujer si ella no manda
en la cama. –hice silencio nuevamente, pero nadie se atrevió a interrumpir-. Si
queremos deconstruir al macho, hay que atacarlo en su propio territorio. Allí
donde él se considera invulnerable, es donde la mujer debe derrotarlo.
Todos
lanzaron una exclamación al unísono; evidentemente mi declaración había sonado
bien.
-El mito del macho sólo puede ser destruido si pierde
en su propio juego, que es el sexo. Necesitamos una heroína que lo venza en la
cama.
-Ajá… -la directora por fin veía la luz al final del
túnel-. ¿Y quién sería ella?
-Debemos crearla. Una mujer que sea al mismo tiempo
un símbolo, una leyenda.
-Parece un poco rara la propuesta… -Selena empezaba a
recular, no le gustaba llevar el feminismo al terreno sexual.
Las demás
mujeres de la sala vacilaban a ojos vista, ganadas por la desconfianza de la
directora. Recuerdo haberme dicho mentalmente “adiós proyecto” incluso antes de
oír una negativa, pero en ese momento ocurrió algo inesperado. Entró la
secretaria sin anunciarse, con cara de alerta roja. Es increíble lo que puede
transmitir la expresión de un rostro sin haber pronunciado palabra.
-Señora directora… ¡el señor George Soros está aquí!
El efecto de
esta declaración sobre Selena de la Prada fue superior al que haría una bomba
al estallar. Pensé que le daba un infarto. Habitualmente segura de su
autoridad, la presencia del financista a quien debía la totalidad de los fondos
para los proyectos de la fundación, la había hundido en el pánico.
-Hágalo pasar, por favor –alcanzó a articular con voz
ahogada.
Unos segundos
después apareció por la puerta el magnate en persona, a quien todos debíamos
nuestros generosos sueldos. La directora se apresuró a levantarse y le cedió su
asiento -¿dónde quedaba el empoderamiento de la mujer ahora?- pero éste se
rehusó gentilmente a ocupar dicho lugar, y permaneció de pie.
-Please continue
with the meeting.
Alguien le
alcanzó una silla, y el magnate tomó asiento junto a la directora. Ella se
sentía ahora como una maestra cuya clase observa un inspector.
-Cecilia, vení a hacerle de intérprete al señor Soros…
María Marta, dejale tu lugar a Cecilia, por favor.
Se
intercambiaron los puestos y Cecilia Johnston se ubicó frente a mí, al lado del
viejo magnate.
-Teófobo Jaramillo es nuestro asesor creativo. Nos
estaba explicando un proyecto muy interesante para afirmar el empoderamiento de
la mujer en nuestra sociedad.
Hace unos
minutos mi proyecto era “raro”, pero ahora se había vuelto “muy interesante”
para nuestra directora… la llegada del viejo millonario había sido muy
oportuna.
-Contale al señor Soros tu proyecto, Teo…
Acto seguido
volví a explicar mi proyecto –traducción al inglés mediante- para el anciano
con cara de sapo y billetera abultada, quien me miraba sin parpadear. ¿Se
preguntaba si sus millones estaban bien invertidos en nuestra ONG, cuya ímproba
tarea él financiaba?
-Do you want to
create a sex symbol? –lanzó de pronto el viejo.
-Not exactly… –respondí-
I want to create a tamer of men.
-Oh.
Había
logrado sorprenderlo. No sabía si eso era bueno, pero siempre era mejor que
aburrirlo.
-Go ahead –expresó el financista, y se levantó de su
asiento, para desconcierto de la directora, quien no le había entendido.
-You are doing a good job here –dicho lo cual,
abandonó la sala entre sonrisas.
La directora
lo siguió como una perrita faldera, animada por el pulgar levantado que le
mostró Cecilia. Me debía una.
Open World
asignó a mi proyecto una partida presupuestaria de $ 9.850.000 para gastos de
producción de video, horas-hombre en redes sociales y difusión. Ya dije que
nuestro benefactor es generoso. Todo su dinero, por otra parte, lo gana
especulando en la bolsa y sin trabajar, por lo cual es justo que lo reparta. Y
aquí sería invertido en una causa noble, a saber, la deconstrucción del macho,
que tanto daño causa a la sociedad. Me puse a trabajar de inmediato. Cuando
digo trabajar, me refiero a imaginar, ése es mi verdadero trabajo.
Necesitaba
una heroína real, no de ficción. Quiero decir, una mujer de carne y hueso capaz
de doblegar al macho en la vida real, no en una película. Necesitaba una mujer
y unos hombres de verdad interactuando entre ellos, lo cual excluía usar
actores. Quería crear una Juana de Arco… pero la leyenda moriría si se revelaba
que ella, y sus victorias épicas, eran puro teatro. No. Nada de actuación. Ni
casting, ni pruebas de vestuario, ni entrevistas a candidatas insustanciales…
fuera de mi proyecto el mundo del espectáculo!
En esta
encrucijada creativa, la realidad vino a echarme una mano. Era la época del
teletrabajo, las videoconferencias, el sexo virtual... Facebook e Instagram
ardían, los portales de citas como Tinder anunciaban la implementación de
videollamadas –antes prohibidas- para suplir las citas en vivo. Pues bien, en
este clima saturado de pantallas y exhibicionismo a distancia podía surgir mi
heroína, aquí tenía un campo de acción adecuado para desarrollarse y florecer.
Sexo virtual… con la ventaja de que su interacción con los hombres quedaría
documentada al instante por los celosos robots digitales, que no dejan una
palabra ni una reacción por registrar. Y también impiden que se borren por
siempre jamás.
Estaba
decidido pues: mi heroína tendría un perfil de Facebook. Pensé en hackear las
fotos de alguna usuaria para darle vida, no era problema conseguir un hacker
con mi presupuesto. Pero yo planeaba, en una segunda etapa del proyecto, filmar
a esta mujer copulando con sus partenaires, realizando sus fantasías. Y esto no
podía hacerlo con una identidad robada. No. Debía encontrar a Juana de Arco.
Ya estábamos
casi a fin de año, época habitual de mis vacaciones. Decidí viajar a la costa y
darle tiempo a la inspiración; imágenes de mujeres se abrían ante mí como un
abanico, pero la elegida aparecería a último momento, solapada entre opciones
falsas. Volvería como nuevo, con una protagonista y un plan de acción definido,
lo cual me llenaba de optimismo. No sabía que en la costa me esperaba un golpe
terrible, un mazazo al corazón del cual no podría reponerme en mucho tiempo. Mi
proyecto debía esperar.
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