Diciembre 2019

 

 La reunión de directorio de la Open World se llevaba a cabo en el último piso del rascacielos, con vista panorámica al Río de la Plata. Yo estaba sentado a la izquierda de la directora, Selena de la Prada, quien oía el informe de Cecilia Johnston, sentada en la cabecera opuesta de la mesa oval. Era un informe aterrador: 191 femicidios en la Argentina, sólo en los primeros nueve meses del año. La violencia doméstica se había exasperado. Los casos de abuso sexual se habían disparado a las nubes, y las oficinas del Inadi no daban abasto para tantas denuncias.

  Selena, elegantemente vestida con un audaz poncho gris y pañuelo lila al cuello, asentía apreciativamente cada tanto, sin ocultar su indignación y horror por la interminable ola de agresiones machistas que no parece tener fin. Yo recordé que los homicidios en el mismo período habían superado el número de 2.500, pero no creí oportuno señalarlo. Los asesinatos no vinculados a cuestiones de género no son relevantes para nuestra ONG. Cuando Cecilia concluyó su informe siguió un debate de ideas o brainstorm sobre la respuesta que puede dar la sociedad a tales abusos. Se sugirieron mayores penas para los criminales y educación sexual en las escuelas, entre otras brillantes iniciativas. Pero la gravedad de la situación impuso, por sí sola, la necesidad de una campaña dirigida a la deconstrucción del macho como arquetipo predominante en nuestra sociedad. Slogans en el metro: “Ni perseguida ni histérica. El acoso existe” y otros similares ya marcaban hace rato una política de estado orientada a este fin, pero no era suficiente. Había que hacer más. Y cuando las ideas se acabaron –éramos nueve mujeres y tres hombres alrededor de la mesa- todos giraron la cabeza hacia mí.

-¿Qué puedes aportar, Teo?- apremió la directora.

   Jugué un rato con la lapicera en la mano sin responder, para poner nerviosos a todos. Es un hábito que tengo, un defecto si se quiere: dejar a los demás pendientes de mi palabra.

-Hay que tocar el punto débil del macho. –y me volví a callar.

-¿Cuál es? –preguntó alguien al cabo de un silencio.

-El sexo, naturalmente. Ahí es donde hay que deconstruir al macho.

-¿Entonces? –apuró Selena, ya impaciente conmigo.

-La mujer debe empoderarse en la cama.

   Ahora todos se quedaron mirándome sin entender. Yo no tenía apuro por explicarme, y me divertía su perplejidad.

-A ver, Teo ¿cómo es eso? –ya Selena me miraba de costado, desconfiando de mí.

-No hay empoderamiento de la mujer si ella no manda en la cama. –hice silencio nuevamente, pero nadie se atrevió a interrumpir-. Si queremos deconstruir al macho, hay que atacarlo en su propio territorio. Allí donde él se considera invulnerable, es donde la mujer debe derrotarlo.

   Todos lanzaron una exclamación al unísono; evidentemente mi declaración había sonado bien.

-El mito del macho sólo puede ser destruido si pierde en su propio juego, que es el sexo. Necesitamos una heroína que lo venza en la cama.

-Ajá… -la directora por fin veía la luz al final del túnel-. ¿Y quién sería ella?

-Debemos crearla. Una mujer que sea al mismo tiempo un símbolo, una leyenda.

-Parece un poco rara la propuesta… -Selena empezaba a recular, no le gustaba llevar el feminismo al terreno sexual.

   Las demás mujeres de la sala vacilaban a ojos vista, ganadas por la desconfianza de la directora. Recuerdo haberme dicho mentalmente “adiós proyecto” incluso antes de oír una negativa, pero en ese momento ocurrió algo inesperado. Entró la secretaria sin anunciarse, con cara de alerta roja. Es increíble lo que puede transmitir la expresión de un rostro sin haber pronunciado palabra.

-Señora directora… ¡el señor George Soros está aquí!

   El efecto de esta declaración sobre Selena de la Prada fue superior al que haría una bomba al estallar. Pensé que le daba un infarto. Habitualmente segura de su autoridad, la presencia del financista a quien debía la totalidad de los fondos para los proyectos de la fundación, la había hundido en el pánico.

-Hágalo pasar, por favor –alcanzó a articular con voz ahogada.

  Unos segundos después apareció por la puerta el magnate en persona, a quien todos debíamos nuestros generosos sueldos. La directora se apresuró a levantarse y le cedió su asiento -¿dónde quedaba el empoderamiento de la mujer ahora?- pero éste se rehusó gentilmente a ocupar dicho lugar, y permaneció de pie.

-Please continue with the meeting.

   Alguien le alcanzó una silla, y el magnate tomó asiento junto a la directora. Ella se sentía ahora como una maestra cuya clase observa un inspector.

-Cecilia, vení a hacerle de intérprete al señor Soros… María Marta, dejale tu lugar a Cecilia, por favor.

   Se intercambiaron los puestos y Cecilia Johnston se ubicó frente a mí, al lado del viejo magnate.

-Teófobo Jaramillo es nuestro asesor creativo. Nos estaba explicando un proyecto muy interesante para afirmar el empoderamiento de la mujer en nuestra sociedad.

   Hace unos minutos mi proyecto era “raro”, pero ahora se había vuelto “muy interesante” para nuestra directora… la llegada del viejo millonario había sido muy oportuna.

-Contale al señor Soros tu proyecto, Teo…

   Acto seguido volví a explicar mi proyecto –traducción al inglés mediante- para el anciano con cara de sapo y billetera abultada, quien me miraba sin parpadear. ¿Se preguntaba si sus millones estaban bien invertidos en nuestra ONG, cuya ímproba tarea él financiaba?

-Do you want to create a sex symbol? –lanzó de pronto el viejo.

-Not exactly… –respondí- I want to create a tamer of men.

-Oh.

   Había logrado sorprenderlo. No sabía si eso era bueno, pero siempre era mejor que aburrirlo.

-Go ahead –expresó el financista, y se levantó de su asiento, para desconcierto de la directora, quien no le había entendido.

-You are doing a good job here –dicho lo cual, abandonó la sala entre sonrisas.

   La directora lo siguió como una perrita faldera, animada por el pulgar levantado que le mostró Cecilia. Me debía una.

 

   Open World asignó a mi proyecto una partida presupuestaria de $ 9.850.000 para gastos de producción de video, horas-hombre en redes sociales y difusión. Ya dije que nuestro benefactor es generoso. Todo su dinero, por otra parte, lo gana especulando en la bolsa y sin trabajar, por lo cual es justo que lo reparta. Y aquí sería invertido en una causa noble, a saber, la deconstrucción del macho, que tanto daño causa a la sociedad. Me puse a trabajar de inmediato. Cuando digo trabajar, me refiero a imaginar, ése es mi verdadero trabajo.

   Necesitaba una heroína real, no de ficción. Quiero decir, una mujer de carne y hueso capaz de doblegar al macho en la vida real, no en una película. Necesitaba una mujer y unos hombres de verdad interactuando entre ellos, lo cual excluía usar actores. Quería crear una Juana de Arco… pero la leyenda moriría si se revelaba que ella, y sus victorias épicas, eran puro teatro. No. Nada de actuación. Ni casting, ni pruebas de vestuario, ni entrevistas a candidatas insustanciales… fuera de mi proyecto el mundo del espectáculo!

   En esta encrucijada creativa, la realidad vino a echarme una mano. Era la época del teletrabajo, las videoconferencias, el sexo virtual... Facebook e Instagram ardían, los portales de citas como Tinder anunciaban la implementación de videollamadas –antes prohibidas- para suplir las citas en vivo. Pues bien, en este clima saturado de pantallas y exhibicionismo a distancia podía surgir mi heroína, aquí tenía un campo de acción adecuado para desarrollarse y florecer. Sexo virtual… con la ventaja de que su interacción con los hombres quedaría documentada al instante por los celosos robots digitales, que no dejan una palabra ni una reacción por registrar. Y también impiden que se borren por siempre jamás.

   Estaba decidido pues: mi heroína tendría un perfil de Facebook. Pensé en hackear las fotos de alguna usuaria para darle vida, no era problema conseguir un hacker con mi presupuesto. Pero yo planeaba, en una segunda etapa del proyecto, filmar a esta mujer copulando con sus partenaires, realizando sus fantasías. Y esto no podía hacerlo con una identidad robada. No. Debía encontrar a Juana de Arco.

 

   Ya estábamos casi a fin de año, época habitual de mis vacaciones. Decidí viajar a la costa y darle tiempo a la inspiración; imágenes de mujeres se abrían ante mí como un abanico, pero la elegida aparecería a último momento, solapada entre opciones falsas. Volvería como nuevo, con una protagonista y un plan de acción definido, lo cual me llenaba de optimismo. No sabía que en la costa me esperaba un golpe terrible, un mazazo al corazón del cual no podría reponerme en mucho tiempo. Mi proyecto debía esperar.


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